Los resultados de las recientes elecciones legislativas en Argentina han sorprendido a analistas y estudiosos de este tipo de eventos. Estos episodios se acostumbran a evaluar conforme a los pronósticos realizados por consultoras de opinión y al “clima” generado por voceros de los medios masivos de información pública. Parte de la sorpresa se debe a que en ambos casos se suele responder a intereses particulares. Pero, además, la creciente complejidad de las “democracias representativas” dificulta las proyecciones de comportamientos de la ciudadanía.
De inicio, cabe señalar que el aumento de la desigualdady la fragmentación social vuelve más difícil predecir en base a la idea de “ciudadanía promedio”, los comportamientos de grupos sociales cada vez más heterogéneo. Las sociedades contemporáneas no pueden pensarse como ordenadas e informadas por principios claros, simples y universales. Lo que prevalece es la diversidad económica, social, cultural y organizacional, en un contexto donde la mayoría de las personas y grupos sufren la saturación de factores de dispersión e inestabilidad.
En este contexto, el sistema político es incapaz de contener las múltiples demandas frente a los crecientes “riesgos evolutivos”en una sociedad sometida a cambios acelerados. Mucho más cuando las prácticas políticas vacían de contenido a conceptos propios de la teoría política democrática: soberanía del pueblo, consenso, participación, pluralismo, competencia entre partidos, opinión pública, bien común, etc. En la práctica, el sistema político perdió capacidad para representar a la “totalidad” de la sociedad, incluyendo a los episodios electorales. Como resultado, se observa mayores cambios en las opciones de votos de las mismas personas y creciente abstención.
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